MAMÁ, TE REGALO UN RECUERDO.
Será que me acerco a una velocidad ultrasónica a los 40 y que ya he nacido para todo, que los recuerdos afloran en cada aroma, en cada lugar, en cada comida, en cada tacto, en cada risa. Evoco pasajes de mi vida que ocurrieron cuando tenía dos años. Ya son pasajes, ya son recuerdos, ya son años. Rememoro entusiasmada como no siempre he tenido esta melancolía aunque sí esta visión trágica de la existencia: Un día, supongo que sería abril o mayo, porque recuerdo esa espesura de las sobremesas primaverales, entré al baño. La puerta estaba rota y mis padres ya nos habían advertido que no cerrásemos del todo que después no se podría abrir. Iba bailando, como siempre, y en una pirueta empujé la puerta tan fuerte que se quedó encajada. Cuando oí el portazo, con cara de espanto me acerqué a cámara lenta para comprobar que podía abrir. ¡Milagro!, la puerta se abría. El portazo la había arreglado y ya podía hacer mis necesidades tranquila, sin la inquietud de que el chinchón de mi her