EL PRIMER BESO
Cuando regresaste, ya presentía que algo iba a pasar. Me giraste la cabeza y me zampaste un beso. Al principio, mis labios estaban apretados, pero luego, me dejé llevar por la flojera de todos los músculos de mi cuerpo. La verdad es que al recordarlo me entra la risa, porque no era la postura más adecuada para un momento que no se volvería a repetir. Hubiese preferido uno de esos besos de película, en los que el chico aprieta contra su pecho a la chica. Sin embargo, allí estaba yo, totalmente retorcida, estirando el cuello hasta casi inventarme una vértebra más y con tu lengua rozándome la campanilla. Me rindo, evocar nuestro primer beso se parece más a una clase de anatomía que a lo que todo el mundo idealiza con un lenguaje florido, retórico y barroco.