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Mostrando entradas de octubre, 2012

SILENCIO

No tengo nada que decir, es tiempo de silencio.  Aunque la  boca calla, mi estómago habla y habla.  Y por más que los borbotones del verbo estallen, es momento de prudencia, para que se serene el alma y el sigilo nos desnude, también, por dentro. Porque fuera llueve y dentro, mojada como estoy, siento que se evapora el silencio. No puedo hablar, se ahogarían las palabras, aún así no ceso mi discurso y un eco mudo me corroe. Cuando salgo, de nuevo la tormenta, sobre... y dentro. Te diría que no callases. Inquieta me tienes. Te diría tantas cosas, sí a ti, a la que dice grandes estupideces, quizá así pudiese rezarlo completo. Te diría..., pero siento que ya no encuentras consuelo. Te diría uno por uno mis sentimientos, menos mal que la prudencia y la esperanza me frenan. ¡Shhhh! Un solo dedo me calla por fuera, ahora el reto está en  el silencio por dentro.

DOS AÑOS

Existe un código secreto entre nosotras; por eso hablo de ombligos y olfatos.  Lo he aprendido durante estos dos años a falta de sueños, de  canciones, de primeros pasos y primeras palabras, a falta de cuentos.  Lo imagino cuando se me encoge el ombligo y, también, cuando este se recuerda sol. Lo practico cuando te huelo en el recuerdo y entonces la palabra "amor" significa sonrisa, y la expresión "te echo de menos" se traduce en llanto. Todos los días, de estos dos años, golpeo con la cabeza el muro que nos separa, luego sueño con la vida que lo romperá. Ese día nos asomaremos desde una nube, para ver a los nuestros, tú en mi regazo y yo oliéndote el pelo. Ya sabes, princesa, lo que significa esto en nuestro código secreto. TE AMO

ESCATOLOGÍA

Todo en aquella casa me olía mal. Ya mientras esperaba a que  abriese la puerta se me instalaba una arcada en el hueco del estómago. Luego me recibía con aquella espléndida sonrisa que desprendía aquel espléndido pestazo y me preguntaba ¿cómo alguien tan amable puede oler tan mal? y rogaba encarecidamente mirando al cielo que no moviera mucho los brazos porque no soportaba aquella fragancia a cebolla. Cuando lo examinaba  no veía en su ropa ningún rastro de mancha, tampoco tenía grasa en el pelo, supongo que sería porque perdió el cabello en una invasión de piojos, las uñas se las comía y los pies ni siquiera podía mirarlos, porque la influencia del olor a queso era directamente proporcional a mi mirada hacia abajo, por sus partes íntimas mi nariz pasaba de puntillas y gracias a que era extremadamente tímido nunca tuve que besarle en la mejilla, allí donde el hedor de la oreja aleja. Respecto a  la casa parecía impoluta pero la mezcla de rancio con limón y la pista olorosa de que en