LA NOTA
Hoy ha sido el gran día.
Un frío glacial me lo ha puesto muy difícil, no había mucha gente paseando por la calle entre la que ocultarme. He tenido que improvisar, comprando en un puestecillo callejero unas gafas a lo Pantoja y un pañuelo a lo Grace Kelly (perdón, la Pantoja y Grace no pueden coincidir en una frase, no pueden coincidir en un texto, no pueden coincidir…) Unas gafas a lo Audrey y un pañuelo en la cabeza a lo Grace. He sentido que con esta pinta era, más que alguien discreto, alguien que habla de zona amarilla en una diana, de mujer de rojo en un funeral, de capotes en una plaza de toros, de chica persigue a chico porque se ha enamorado locamente de él.
Un frío glacial me lo ha puesto muy difícil, no había mucha gente paseando por la calle entre la que ocultarme. He tenido que improvisar, comprando en un puestecillo callejero unas gafas a lo Pantoja y un pañuelo a lo Grace Kelly (perdón, la Pantoja y Grace no pueden coincidir en una frase, no pueden coincidir en un texto, no pueden coincidir…) Unas gafas a lo Audrey y un pañuelo en la cabeza a lo Grace. He sentido que con esta pinta era, más que alguien discreto, alguien que habla de zona amarilla en una diana, de mujer de rojo en un funeral, de capotes en una plaza de toros, de chica persigue a chico porque se ha enamorado locamente de él.
Has entrado en ese bar del que tantas veces has hablado, te has pedido una copa de vino de ese que tantas veces has recomendado, te he visto esa sonrisa que debería estar prohibida.
Mientras tanto, me he colocado en una mesita, en aquella
del fondo donde siempre te imaginé. Justo antes de que mirases hacia atrás, me
he quitado toda mi indumentaria de patética espía rusa y he pasado desapercibida
menos cuando nuestras miradas se han cruzado, entonces me pregunto si habrás escuchado los latidos desbocados de mi corazón.
Lo tenía todo preparado. Comencé a escribir en una
servilleta esa nota que tantas veces había ensayado.
Por fin te he
encontrado. Ahora no te dejaré escapar. Dijiste que en la vida hay que
arriesgar y aquí estoy. Búscame en la mesa del fondo donde siempre te imaginé.
Ya se la había dado al camarero.
Ya estaba leyendo aquella edición de bolsillo de “Cumbres borrascosas”. Ya había leído la frase: “¡Levántate imbécil, malvada, antes de morir aplastada!", cuando con disimulo vi, por encima del libro, a un chico monísimo que se aproximaba por la derecha mientras que el camarero lo hacía por la izquierda.
Un chico que, ajeno a tu giro hacia atrás, te ponía la mano en la rodilla mientras el camarero hacia una pausa en su acercamiento.
Un chico que cogía tu copa y saboreaba tu vino preferido mientras el camarero te entregaba la nota.
Un chico al que le dedicaste una mirada por la que yo hubiese matado.
Un chico que paró de besarte apasionadamente para mirarme con pena cuando salí corriendo, llorando y por supuesto tropezando, de aquel local en el que siempre te imaginé.
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