LA MATÉ CON UN ABRAZO DE AMOR

La maté con un abrazo de amor. Desde entonces intento espantar el recuerdo de aquel  momento, intento pensar que no ocurrió, intento escribir otra historia de amor.
Son las cinco de la mañana y el abrazo vuelve a mi mente y no lo puedo cambiar, no puedo ser menos intenso en el recuerdo, no puedo acallar aquel chasquido, aquel suspiro, ni siquiera aquel silencio. A veces cuando he escrito sobre venganzas, perdones, traiciones u otros elementos tóxicos de mi vida, éstos desaparecen y no vuelven a acudir a mi mente a fastidiarme la existencia. Sobre aquel abrazo no puedo escribir y le he pedido a una amiga que lo haga por mí. Pensé que al leerlo el dolor desaparecería, no ha sido así, lo intentaré en voz alta.
Se conocieron como se conocen ahora las parejas, muchas parejas, algunas parejas; en las redes sociales. Sus respectivos proyectos de vida se habían destrozado y la ilusión volvió a modo de chat. Así no se exponían, no se arriesgaban, no tenían mucho que perder. No contaron con aquello de enamorarse. Sucedió así:  los dos escribían, los dos soñaban, los dos coincidían en que su cola del supermercado no era la que más rápido iba y en que el camino más corto no es el más hermoso y en que las películas románticas les habían destrozado la vida.
Estaban un poco confusos, acababan  de tener sexo telefónico, los sentidos no estaban al cien por cien y perdieron el control. Dos días y para ella el fracaso estaba garantizado, para él comenzaba el resto de su vida. Ella tenía miedo, él también pero lo disimulaba. Ella pasó de los vaqueros al vestido rojo, de los tacones clásicos a los "wonder" y del moño informal a los pelos alisados con la plancha. Él quería parecer sexi, no confiaba en aquella sonrisa que ella siempre quería atrapar a través de la webcam. Al final vaqueros desgastados y camisa con las mangas dobladas hasta el codo. Ella se puso una falda de tubo negra y una camisa blanca, los zapatos "wonder" y el carmín  intenso a juego con las mejillas de cuando estaba nerviosa, de cuando estaba histérica, de cuando la respiración se le entrecortaba y el corazón se le salía por el oído izquierdo.
Se habían citado en aquel parque del que habla Carlos Tarque en la versión de "Santa Lucia". Ella estaba mirando al río. Habían quedado a una hora inusual, las siete y cuarto. No habían contado con que aquella era la hora del ocaso. Todo demasiado poco de su estilo. Él se acercó por detrás, la hubiese reconocido incluso disfrazada. Ella lo presintió y se dio la vuelta. Él la abrazó como se abrazan en aquella película que tanto daño les había hecho "El diario de Noa" y el chasquido precedió al desmayo. Luego sirenas de ambulancia y después un certificado de defunción.
Él la hubiese querido igual si hubiese sabido que tenía aquella enfermedad.
Él piensa que hay algo de hermoso en que muriese de un abrazo de amor. Pero los pensamientos regresan  con ese sentimiento de culpa que todo lo estropea.



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