¿DÓNDE RESIDEN LOS SENTIMIENTOS?
Ojala pudiera embotellar todo esto que siento sobre lo hermoso que es cada aliento de vida
El vuelo
Un martes, un sábado, o un lunes, alguien me preguntó si yo sabía dónde residían los sentimientos.
Me hubiese gustado contestar que están en el corazón, en las entrañas, a flor de piel, en la palabra, en una lágrima, en una sonrisa e incluso en el silencio.
Me hubiese gustado decirle que el dolor de una falta está en ese cordón que une los ombligos, que esas mariposas en el estómago son de los colores del arco iris, que las palpitaciones son el preámbulo a la cita de tu vida, que te flaquean las piernas cuando te quieres desplomar sobre la emoción y que la línea de vello que recorre la espalda se eriza porque ahí residen el miedo y el deseo.
Me hubiese gustado decirle que el dolor de una falta está en ese cordón que une los ombligos, que esas mariposas en el estómago son de los colores del arco iris, que las palpitaciones son el preámbulo a la cita de tu vida, que te flaquean las piernas cuando te quieres desplomar sobre la emoción y que la línea de vello que recorre la espalda se eriza porque ahí residen el miedo y el deseo.
Sin embargo, lamento comunicar que los sentimientos viven en el lóbulo frontal de ese cerebro que por gris le hemos colgado la etiqueta de feo, frío, ...
La buena noticia es que ese cachito de lóbulo se puede entrenar, se puede controlar, se puede manipular por otros trocitos de seso en los que habitan el entrenamiento, el control y la manipulación.
Por eso mi consejo es que os planteéis una rutina de ejercicios con los que se desarrolle la euforia, el éxtasis, el entusiasmo, el júbilo, la alegría, la felicidad, el optimismo, el placer, el amor, la gratitud, el deseo, la esperanza, la comprensión, la ilusión, la paciencia,...
Y os pido el favor de que reduzcáis de vuestra dieta cerebral el odio, la aversión, el desprecio, el rencor, la envidia, la soberbia, la ira, la tristeza, la impaciencia, el desasosiego, la turbación, la insatisfacción, la indiferencia, la amargura, el egoísmo, el hastío, el desprecio, la ingratitud, la mezquindad, la inseguridad, el agobio, la desilusión, el pesimismo, ...
Si lo haces con tu cuerpo, por qué no con tu cerebro. Tú puedes.
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