COMO ENAMORARSE Y DESENAMORARSE EN UNAS CUANTAS LETRAS


Y entonces ocurrió.
Somos caprichosas como el orden aleatorio.  Somos la excepción a esa tópica frase que dice que "la realidad supera a la ficción". Somos la  excusa perfecta para una historia en la que el guapo, guapísimo, tiene la suerte de enamorarse de nosotras.

Esa sonrisa debió estar prohibida. Esos labios no había foto que los soportara. Para colmo era gracioso, cariñoso, ingenioso y todos los -oso buenos que se conozcan. Escribía de miedo y siempre decía algo con sus letras que me hacían pensar que hablaba de mí.
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Nos conocimos hace ya algún tiempo, en una conferencia en la que le pregunté: - ¿Cómo escribiendo tan bien lo breve,  lo haces tan  mal en tu novela? Yo que soy así de impulsiva, de bocazas, de kamikaze, no quise perder la oportunidad de hablarle y lo hice con la peor pregunta  del mundo. Él, muy educado, contestó que se alegraba de que me   gustara como escribía lo breve y que se entristecía porque no me había gustado su novela. Cuando la conferencia concluyó, sentí un gran placer al comprobar que me buscaba con la mirada. Yo sabía que no era aquel el momento, que nuestra historia comenzaría más adelante, así que me marché.
Después.
Seguía sus artículos, esos que hablaban de mí.
La chica perfecta entró en la sala. Ella fue más rápida, se esfumó sin dejar un zapatito de cristal.
Seguía sus entrevistas.
No,  sigo soltero. Espero a alguien que una vez entró en un lugar ruidoso y sus tacones silenciaron no sólo aquel sitio sino todos los aledaños.
Seguía sus publicaciones. Y publicó otro libro que hablaba de mí, que hablaba de nosotros. Y me puse a hacer cola en aquella preciosa librería en la que firmaba ejemplares.
Él cumplía su labor cabizbajo. Cuando llegó mi turno, ni me miró, de soslayo me preguntó cómo me llamaba. -Lola, le contesté. Y con la sensación no sólo de haber perdido la batalla sino la guerra entera, me volví por donde había venido. Antes de salir, un cosquilleo me acarició la nuca, sentí unos ojos clavados donde termina mi espalda y sonreí con la sonrisa que se ponen por montera  las poderosas.


En la contraportada: una hora, un lugar y un teléfono.
En el hotel: un baño, un ceñido vestido y unos labios rojos a juego con los zapatos.
Risas nerviosas, palabras entrecortadas y sentimiento de que, la historia, nuestra historia se tenía que haber quedado en aquella pregunta desafortunada, en aquellos artículos dedicados, en aquella entrevista con mensaje subliminal, en una firma y un beso.
Lo nuestro ya había comenzado y terminado en el mismo momento en que no  dejé el zapatito de cristal.

Es que, ahora que lo sé, la inspiración se ha desvanecido.
Es que, ahora que te conozco, he sentido miedo.
Es que aquello era tan hermoso, que para qué hacerlo un lío.

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