SOY UNA SUPERMUJER. NO UNA SUPERHÉROE.

Gina era la típica mujer fatal a la que todos deseaban. Esta reputación pesaba demasiado y no la podía perder. La mantenía a base de rojo carmín, una buena máscara de pestañas, una estrecha falda negra y unos tacones de infarto que marcaban el ritmo del  poder allá por donde pasaba. Hasta Willi, el ciego, podía intuir su presencia con solo aspirar esa mezcla de tabaco rubio y perfume del caro.
Sin embargo, había mañanas en las que la resaca le traía  las ganas de morirse. El rímel le chorreaba con un cruel patetismo. Cogía un  frasco de pastillas y justo a tiempo pensaba en esa reputación a conservar. Sonreía, se lavaba la cara  y se tomaba un martini seco, sin aceituna y sin remover, así, a pelo que era como mejor se mitigaba la resaca.
Luego lo llamaba para concederse el placer de escuchar su voz. Como respuesta  a ese "diga" profundo, masculino, seguro, espeso como la niebla; el chasquido del mechero y otra vez las ganas de morirse.
Aquella mañana no volvió, como tantas otras, al frío lado de la almohada. Se vistió con un vaquero viejo y una camiseta blanca, se puso unas gafas oscuras y salió descalza.
Se sintió aún más poderosa. Le causaba un extraño morbo los susurros a su espalda, las miradas femeninas en la nuca y las masculinas al vaivén de sus caderas. Sintió un cosquilleo desde el ombligo hacia abajo por  haber creado aquel desconcierto. Tardó veinte minutos en llegar. Cuando Jhonny abrió la puerta, ella como si de un vómito se tratara le dijo todo lo que omitió en el chasquido de aquella mañana.
-Necesito que me salves. Soy una supermujer pero no una superhéroe. He venido para quedarme.
Al otro lado de la puerta, una voz desde el dormitorio: -Jhonny, ¿quién es?



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