TRES COLORES. NEGRO
Cuando transitaba esa edad a la que califican de adolescencia, me pintaba la raya del ojo en negro. Una gran raya de negro intenso que conseguía calentando con un mechero el lápiz de ojos. Vestía de negro. Y me gustaba pensar que yo era diferente porque tenía el alma negra.
No era mi negro adolescente el mismo que el del luto de mi madre o que el negro de las abuelillas en misa.
Mi negro era cañero y era negro desde las ocho de la mañana en el instituto hasta las doce de la noche del sábado en la discoteca Gamaba. Era conectar con las sombras de Alaska, con la indumentaria de The Cure, con una chupa de cuero o de plástico que daba el pego, con la lencería de blonda y transparencias, con el futuro o con la pena de las primeras rupturas amorosas.
A estas alturas el negro es elegancia, es fiesta nocturna, es el color de estas letras y también el de una novela de crímenes por venganza. El color de todas esas emociones que no quiero sentir pero siento; el miedo, la rabia, la pena. Estoy segura de que tú tampoco las quieres reconocer como tuyas, pero tengo que decirte algo importante y es que también las tienes y que no pasa nada. Somos así de completos, qué le vamos a hacer. La buena noticia es que en vez de reprimirlas tenemos la libertad de aceptarlas para vivir ganando y haciendo ganar a los demás.
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